Reflexiones de INFEMIT a la luz del Informe de Lausana sobre el Estado de la Gran Comisión (SOGCR)

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Varias partes interesadas de la comunidad de INFEMIT hemos revisado el SOGCR y nos ha impresionado su profundidad, amplitud y extensión. El informe a tan gran escala es un tesoro de estadísticas, variedad de temas y voces de todo el mundo. Aplaudimos a todas las personas que han participado en su elaboración.

Sin embargo, nuestra revisión también nos ha llevado a reafirmar ciertos valores –dos en particular– que encontramos deficientes en la SOGCR. Los articulamos, sí, como una suave crítica a la SOGCR pero, más importante aún, como un llamado de la iglesia global a la misión total de Dios (missio Dei) que abarca todas las áreas y todos los ámbitos de la vida. Estos dos valores son 1) Humildad misional (¿hay diferencia entre los logros humanos y producir frutos del Espíritu?); y 2) Misión integral (¿tenemos derecho a dar prioridad a ciertos ministerios dentro de la misión holística de Dios?). Ciertamente, el SOGCR no carece de estos dos elementos, ya que pueden encontrarse en varios artículos.[1] Sin embargo, el efecto general del Informe no los transmite como fundamentales para la misión. ¿Se encuentra la humildad –una postura necesaria para un pueblo quebrado que necesita la gracia de Dios– en el ADN de la iglesia en el mundo? ¿La misión integral –los ministerios de compasión, justicia y reconciliación, junto con la evangelización– forma parte de la masa del pastel misional, o es solo una porción? 

Humildad misional

La humildad misional se basa en la convicción de que, en última instancia, es Dios quien salva, transforma y hace madurar a las personas en la fe. Dios nos invita a dar testimonio de su obra salvadora haciendo justicia, amando la misericordia y caminando humildemente en el mundo (Miqueas 6:8), y haciendo discípulos (Mateo 28:18-20). Además, Jesús dice a sus discípulos que debemos dar mucho fruto (Juan 15:8). Sin embargo, estas acciones no salvan, sino que dan testimonio. Ciertamente, sería fácil interpretar cualquier fruto que se haya producido a partir de tales esfuerzos como el resultado de la acción de la iglesia, cuando en realidad es el resultado de la acción de Dios en, a través y, a veces, a pesar de los esfuerzos misioneros de la iglesia. No nos corresponde a nosotros salvar el mundo; nosotros atestiguamos, y de forma imperfecta, el amor y el poder de Dios, que es el único que puede salvar y salvará al mundo.    

Esto es algo más que una sutileza teológica. Al contrario, creer que es Dios y no nosotros quien, en última instancia, salva, puede marcar la diferencia entre mantener una postura de auténtica humildad misional (aunque nos comprometamos enérgicamente en la misión) o una de salvadorismo misional («sin nosotros, no hay esperanza para ti ni para tu situación»).[2]

Los indicadores de que hemos asumido inadvertidamente una postura de salvadorismo misional incluyen:

  • Hablar de la obra del evangelio en términos de alcanzar o avanzar en el objetivo de la evangelización mundial.
  • Creer que la evangelización mundial es cuantitativamente posible si la iglesia implementa las estrategias correctas.
  • Creer que MÁS –más iglesias, más personas en esas iglesias, más dinero, etc.– siempre indica que vamos por buen camino.
  • Creer que la iglesia puede acelerar la evangelización mundial y, por tanto, acelerar el regreso de Cristo.
  • Creer que solo una parte del Cuerpo de Cristo (solo ciertas tradiciones o iglesias) está llamada a cumplir el mandato de Dios.
  • Tomar prestado el lenguaje y las tácticas del mercado –eslóganes, resultados, productos, consumo, etc.– para la tarea de evangelización mundial.
  • Utilizar el lenguaje y las tácticas militares –conquista, base y campo, licencia, objetivo, etc.– para la tarea de la evangelización mundial.
  • Exagerar la importancia de la iglesia como instrumento de Dios, en detrimento de entenderla como la amada comunidad de Dios.
  • Priorizar la evangelización sobre los ministerios de compasión y justicia y otras actividades misionales.

Al asumir inadvertidamente una postura de salvadorismo misional, usurpamos la labor del Espíritu Santo, que es el único que transforma los corazones, produce fruto en los creyentes (amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y autocontrol) y nos capacita para vivir vidas de santidad, justicia y servicio.

Además, el salvadorismo misional puede evitar que seamos autocríticos, evaluando nuestro trabajo en términos de éxitos y fracasos basándonos en el único criterio de la evangelización, mientras descuidamos cuestiones igualmente cruciales a las que se enfrenta la humanidad, como la degradación medioambiental, el tráfico de seres humanos, la difícil situación de los palestinos (en Gaza y Cisjordania), el sionismo y el nacionalismo cristianos, la brecha entre pobreza y riqueza, el racismo, y la lista continúa.

La humildad misional es comprometerse en la misión de Dios «con temor y temblor», mientras vivimos el llamado a dar testimonio de lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará. No es un llamado a la timidez; al contrario, es un llamado a practicar lo que el misionólogo David Bosch llama «humildad audaz». Cuando el Trino Dios envía a la iglesia a dar testimonio de la buena nueva en palabra, obra y vida, lo hacemos con convicción, tenacidad y perseverancia. La base de nuestra audacia, sin embargo, es la obra sólida y digna de confianza de Cristo en la cruz y nada menos. Fortalecidos por el Espíritu Santo, damos testimonio de la sanación de las naciones, al tiempo que nosotros mismos somos sanados. 

La humildad misional se expresa de varias maneras, entre ellas:

  • Cultivar una espiritualidad que resulte en una dependencia constante del Espíritu Santo
  • Ser sensible a las dinámicas culturales en la realidad transcultural de la misión
  • Aprender de aquellos con quienes Dios nos ha llamado a asociarnos en la misión
  • Compartir el poder de dar forma a la iglesia y a la misión en cualquier contexto
  • Prestar especial atención a “los más pequeños” en lugar de complacer a los que ocupan posiciones de poder, prestigio y riqueza
  • Ser constructivamente autocrítico con el propósito de una mayor fidelidad en la misión.

Tales expresiones de humildad misional se asemejan a la vida de los niños: fe, confianza, aprendizaje permanente, compartir, etc. Por lo tanto, no es de extrañar que Jesús enseñara: “Si no cambiamos y nos hacemos como niños, no entraremos en el reino de los cielos… Quienquiera que asuma la humilde posición de este niño es el más grande en el reino de los cielos. Y el que recibe a uno de esos niños en mi nombre, a mí me recibe” (Mateo 18:3-5). ¿Cómo sería si la iglesia se inspirara en los niños para practicar la misión en todo el mundo?  En resumen, confundir el éxito humano con dar mucho fruto sería un error de enormes proporciones. La Gran Comisión consiste en ser fieles en dar testimonio de lo que Dios está haciendo y hará en el nombre de Cristo y por el poder del Espíritu Santo, confiando en que Dios está con nosotros siempre, hasta el fin de los tiempos. 

Misión integral

En el corazón de la misión integral está la convicción de que Dios tiene la intención de redimir a toda la creación, y de hecho ya ha comenzado esta obra reconciliadora a través de la cruz de Cristo (Col 1:20). Por supuesto, esta cruciforme y amplia obra de reconciliación incluye la redención de personas de todas las tribus y naciones. La buena noticia del reinado o reino de Dios es que, en Cristo, la redención completa ha llegado y llegará en su plenitud, desde el cosmos hasta el orden creado, a las naciones del mundo, a las ciudades y barrios, a los rincones más ocultos del corazón humano. El plan de Dios abarca la amplitud y profundidad de todo lo que fue destrozado y perdido en la caída. El compromiso con la misión integral refleja esta visión holística de las intenciones de Dios, que se cumplirán al final de los tiempos, de reconciliar todas las cosas en Cristo. 

Lo que esto significa en concreto es que las prácticas misionales de evangelismo, formación espiritual, plantación de iglesias, compasión y justicia, pacificación, sanación, reconciliación, cuidado de la creación, etc., dan testimonio de las buenas nuevas del reino de Dios en Cristo. El evangelio sirve como el eje, el centro, para los diversos rayos que se necesitan para que la rueda de la misión avance. Ningún rayo es más importante que otro. La misión integral se refiere entonces a la participación de la iglesia en la misión de Dios a través de la proclamación de las buenas nuevas, el servicio entre los pobres, oprimidos, marginados y traumatizados, y la demostración a través de la vida de la comunidad cristiana.  

Como tal, priorizar ciertas prácticas misionales sobre otras, afirmar que un rayo es superior a otros rayos, tiene poco o ningún sentido. Decir, por ejemplo, que la proclamación es más importante que alimentar a los hambrientos, o que la edificación de la comunidad es más importante que la plantación de iglesias, o que la formación espiritual es más importante que hacer justicia y sembrar la paz, estos intentos de priorizar aspectos de la misión violan el hecho de que todo lo que abordan estas prácticas es de vital importancia para Dios. ¡La agenda de Dios es nada menos que la redención y transformación de todo! Dicho esto, un ministerio podría tener prioridad sobre el otro dependiendo de la situación y el contexto, pero esta sería una determinación práctica, no una postura teológica. 

La priorización como postura teológica viola la naturaleza integral de la realidad, siendo la realidad más parecida a un organismo que a una máquina. El alma, por ejemplo, no es una parte mecánica entre otras partes mecánicas que de alguna manera se puede quitar, reparar y volver a instalar. No podemos tratar al alma como si estuviera separada, como si el alma pudiera ser salvada sin tener seriamente en cuenta el cuerpo. La persona humana es una unidad cuerpo-alma en comunidad, un todo integrado que Dios anhela salvar.

Además, las personas humanas son de naturaleza social, creadas para la comunidad. Los individuos no pueden ser el blanco de la evangelización sin tomar seriamente en cuenta el contexto social de estos individuos. Dios anhela salvar a las personas y los contextos socioculturales y políticos en los que ellas se encuentran. Dios anhela redimir tanto a las almas como a las sociedades.

Más aún, las almas y las sociedades interactúan con todo el orden creado. Los seres humanos y las culturas y naciones que crean son parte de un ecosistema que también está totalmente incluido en el alcance de la redención de Dios. La agenda de Dios es reconciliar TODAS las cosas en Cristo. Si nuestra agenda misional es algo menor, o si priorizamos la agenda basada en algo menos que “la reconciliación de todas las cosas”, entonces la misión de la iglesia no está a la altura de la visión redentora de Dios. Como dice el Compromiso de Lausana en Ciudad del Cabo: “Nos comprometemos con el ejercicio integral y dinámico de todas las dimensiones de la misión a la que Dios llama a su Iglesia”.

La misión integral requiere pensar tanto en lo uno como en lo otro. Individuo y sociedad. Cuerpo y alma. Iglesia y mundo. Local y global. Las personas y el resto de la creación. Este mundo y el mundo venidero. Teología y práctica. Evangelismo y justicia. Proclamación y demostración.

Nos mantenemos firmes en la profunda verdad de que Dios amó tanto al mundo entero que Dios dio al Hijo, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3:16). Toda autoridad en el cielo y en la tierra le ha sido dada a Jesucristo (Mateo 28:16). Miramos a aquel que, siendo él mismo Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a lo que aferrarse, sino que asumió el papel de siervo (Fil 2:6-8). Seguimos a aquel que no fue enviado a los centros tradicionales de poder, sino a los márgenes, donde vivió y ministró. Nos maravillamos de aquel que llevó una corona de espinas y colgó de una cruz por el bien del mundo. Ponemos toda nuestra esperanza en aquel que resucitó de entre los muertos y que ha prometido volver otra vez para restaurar todas las cosas. Nos unimos a Aquel que cultivó una comunidad eterna de los redimidos y les otorgó el poder de dar testimonio del reino de Dios hasta que él regrese.

Resumen

Estos dos valores de humildad misional y misión integral describen respectivamente el espíritu y el alcance de la Gran Comisión. Reducir Mateo 28:16-20 a una meta humanamente alcanzable de la evangelización mundial no refleja toda la misión de Dios. Paradigmas más amplios, como la Missio Dei y el Mandato Cultural, señalan el alcance total de la misión de Dios a la que estamos invitados. Adoptar estos paradigmas bíblicos más amplios, además de la Gran Comisión, es una forma viable de afirmar la misión integral; porque, como dice el Compromiso de Ciudad del Cabo, “toda la Biblia revela la misión de Dios de unificar todas las cosas del cielo y de la tierra bajo Cristo, reconciliándolas con la sangre de su cruz” (I.10). Toda la Biblia, no solo Mateo 28, debe ser tomada en cuenta para definir la misión de la iglesia. La SOGCR afirma esto cuando considera el famoso pasaje de Mateo como, “… el clímax de un llamado emitido por Dios en el Antiguo Testamento, que se remonta al llamado de Abraham en Génesis 12:1-3”.

Otra manera de afirmar la misión integral es interpretar la Gran Comisión de manera amplia para incluir ministerios de justicia, paz, reconciliación, cuidado de la creación, etc., junto con la evangelización. Como respuesta al “Informe sobre el Estado de la Gran Comisión” de Lausana, nuestras reflexiones aquí han tomado esta ruta ya que el SOGCR parece haber dado por sentado que la Gran Comisión cubre la totalidad de la misión de Dios. En lugar de cuestionar esta suposición, instamos a Lausana, y a todos los que componen la iglesia mundial, a abrazar toda la rueda de la misión y a hacerlo con una humildad audaz. Porque el llamado de Mateo 28 es a hacer discípulos, bautizándolos en una comunidad vibrante que aspira en el Espíritu a vivir todo lo que Jesús enseñó, ejemplificó y por lo que murió.

Bendición final

Nos inclinamos ante Jesucristo, libertador de los oprimidos, sanador de los enfermos y salvador del mundo y, en consecuencia, nos comprometemos en la misión. En el análisis final, la misión integral busca amar a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y las fuerzas y amar a todos nuestros prójimos como a nosotros mismos.

Que INFEMIT, el Movimiento de Lausana y todas las entidades cristianas representativas de todo el mundo reafirmen la participación de la iglesia en el movimiento de Jesucristo de 2000 años de antigüedad para redimir todo el orden creado. Y hagámoslo con un renovado compromiso con la humildad misional y la misión integral.


[1] Ver, por ejemplo, “Radical Politics” (Política radical) de Melba Maggay, Kosta Milkov y Jack Sara;  “Creation Care” (El cuidado de la creación) por Dave Bookless, Jasmine Kwong, Seth Appiah-Kubi y Jocabed Solano; “Integrity and Anti-Corruption” (Integridad y anticorrupción) por Manfred Kohl, Lazarus Phiri y Efraim Tendero; “Ethnicism” (Etnicidad), por David Chao, Soojin Chung & Alice Yafeh-Deigh; “Mental Health” (Salud mental) por Karen Bomilcar, Esther Malm & Edmund Ng.

[2] Como ejemplo de salvadorismo misional involuntario, la siguiente declaración es una de las varias que se encontraron en los materiales promocionales en preparación para Lausana IV: “El Movimiento de Lausana está entusiasmado con asumir el manto de liderazgo que se necesita dentro de la Iglesia global. Estamos preparados y listos para tomar la iniciativa en el desarrollo de una estrategia global que aproveche la tecnología de vanguardia para acelerar la Gran Comisión”.


Lee el Informe de Lausana sobre el Estado de la Gran Comisión aquí.

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