Journey, Listening, and Prayer from indigenous voices

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Camino, escucha y oración desde las voces indígenas.

Desde muy pequeña escuché las historias de los misioneros en el mundo. Recuerdo la historia de William Carey y de Hudson Taylor. Pero no escuché las memorias de nuestras hermanas y hermanos indígenas y mucho menos de la iglesia gunadule. Crecí con este pensamiento que la iglesia Guna no tenía una historia o memoria, dentro de la iglesia global. Y me pregunto si esto ha cambiado mucho.

Por otro lado, escuché el testimonio de un amigo indígena Wiwa, quien me contaba que decidió seguir a Jesús cuando leyó, escucho y se apasionó por el libro de los Hechos de los apóstoles. Él veía la comunión de la iglesia primitiva que se compartía todo entre sí y vivían el bien común. Pero al recorrer las iglesias y no hallarla se sintió decepcionado. Porque no pudo encontrar una iglesia con esta perspectiva.

Ésta y otras memorias nos abren el camino para abordar algunas reflexiones sobre el camino, escucha y oración desde las voces indígenas, como comunidad de Memoria Indígena.

El camino desde la memoria indígena nos permite entender las memorias vivas de los pueblos indígenas. Los pueblos indígenas en el Abya Yala tienen una vasta memoria de celebración, resistencia, lamento e insurgencia. Han convivido con la comunidad creadora desde la ética de la reciprocidad, integralidad y complementariedad. Por ejemplo: cada vez que cultivan la Tierra, a la cual llamamos Madre porque de ella emergemos, comemos, recibimos las bondades y al morir dice el pueblo gunadule nos cultivamos en la propia Tierra. Es un ciclo de interdependencia. En este sentido, entendemos que la vida la vivimos interdependientemente con todos los seres vivientes. Podemos también mirar de manera concreta a la hora de dejar descansar la tierra, también de reconocer la importancia de las semillas nativas y de compartirla, y a la hora también de la cosecha de compartir con todas y todos los demás y aún cultivar algunas semillas para otros seres vivientes.

Pero este camino nuestro también se ha vuelto un camino que ha traído algunas consecuencias cuando nuestros calzados se han llenado de piedras que nos han hecho daño.

Las amenazas de muerte, la violencia, el extractivismo, las imposiciones y otras formas de vivir que están ajenas a la realidad de nuestros pueblos indígenas como los sistemas consumistas e individualistas. Vemos la repercusión, por ejemplo, con los desplazamientos forzados de los pueblos indígenas hacia las ciudades, el exilio forzado y la emergencia climática.

Sin embargo, tenemos que reconocer que el camino de los pueblos indígenas con relación a la iglesia colonial no es nuevo. La iglesia indígena es antigua. Antes que la iglesia latinoamericana, los pueblos indígenas tuvieron choques, desencuentros pero también encuentros por tanto sus memorias – también nuestras memorias – son reflejo de la bondad de la Ruah en medio del Abya Yala, pero también antes de la invasión. Tampoco es una comunidad homogénea, y sus conexiones e influencias de poderes determinan las diversas manifestaciones de ser iglesias indígenas.

Estos fragmentos han servido como anclas para la construcción de identidades y la resistencia de muchos pueblos e iglesias también, al igual que la diversidad del continente. Estas resistencias han tomado diversas formas y dinámicas que están cargadas de poder históricas y actuales que han influido en las iglesias indígenas. Vemos también esta ambigüedad en este proceso de la comunidad cristiana manifestándose en las relaciones entre creyente indígena, su iglesia y liderazgo, sus comunidades y los misioneros, pastores e iglesias no indígenas.

Por un lado, en muchas comunidades indígenas, la iglesia ha intentado reproducir el cristianismo evangélico occidental al que fueron expuestos. Cuando una persona visita una comunidad es interesante ver que en muchos casos sin conocer nada del lugar se puede identificar con el edificio que sirve como templo para la iglesia. Cuando uno habla con los y las lideresas de la iglesia, muchas veces escucha una perspectiva no muy diferente de las iglesias de la ciudad o hasta de muchas iglesias evangélicas blancas en los Estados Unidos. Esto es debido a varios factores, entre los cuales los principales tienen que ver con la dinámica de poder entre las personas que introducen el evangelio a la comunidad o a lo que se entiende por evangelio como las ideologías políticas y culturales, (o las que vienen después para instruir a nuevos creyentes) y con las formas tradicionales de enseñanza y aprendizaje por completo, el evangelio y la iglesia porque observaron como la misión quería o quiere todavía introducir no solamente el evangelio sino también las formas de vivir y de percibir el mundo, comprendiendo esto como buenas nuevas. En este último siglo, donde las comunidades han aceptado el mensaje evangélico, podemos observar las siguientes respuestas y manifestaciones de la iglesia, algunas más comunes que otras:

  • las que aceptan a una denominación pero el liderazgo denominacional nacional no tiene idea del contexto indígena e insiste que las iglesias reproduzcan todo como ellos lo hacen;
  • iglesias que nacen muchas veces de indígenas que emigraron a las ciudades y luego vuelven a sus comunidades – estas iglesias muchas veces tienen influencia de las iglesias citadinas, mientras algunos crean una expresión de iglesia mucho más local-;
  • iglesias que buscan responder a la palabra y al espíritu de una manera orgánica buscando crear expresiones de ser iglesias que están enraizadas en las escrituras y en la cultura local.

Entre todas estas expresiones y otras, existen algunos cristianos y cristianas que cuestionan ¿por qué debemos dejar nuestras identidades o las tradiciones de nuestros pueblos para seguir a Jesús? Pero muchas veces no hablan por diversas razones, algunas de ellas, por miedo a decir algo incorrecto y que los alejen de sus comunidades.

Esto plantea algunas reacciones en muchas comunidades indígenas.

En una consulta a nivel latinoamericano en la región de Abya Yala, participé con otros pueblos indígenas en mi época de estudiante universitaria, y estas palabras marcaron lo que es el camino para desconstruir las formas de entender ser iglesia. La abuela aymara me interpeló. Ella dijo lo siguiente: “las iglesias católicas y evangélicas son enemigos de nuestra identidad porque su fuerza está en erradicar nuestra lengua, nuestra cultura, nuestra fe.” Esto trae consigo otra fragmentación aún para los indígenas cristianos, ya que se sospecha de las maneras de vivir del indígena que abraza la fe en Jesús. En algunos contextos como aún está el pensamiento de que uno deja de ser indígena cuando abraza la fe, y en otros contextos indígenas aún se les expulsa. Y muchas veces la iglesia nos llama a esto como persecución, pero es un análisis reduccionista de la historia de los pueblos indígenas. Un análisis mayor nos permite comprender que esta reacción proviene del proselitismo, de la invasión y del colonialismo muchas veces expuesto por nuestras teologías coloniante. Por lo tanto es importante reconocer que la invasión, el genocidio, el epistemicidio – es decir, las maneras de imponer los conocimientos sobre los pueblos indígenas – han abierto esta brecha de fragmentación provocando nuevos colonialismos y también por el pensamiento de la extirpación de la idolatría, del sincretismo y aún la asimilación de los pueblos indígenas, como una manera de poder rechazar las espiritualidades indígenas. Esto y muchas otras voces más desde Memoria Indígena nos permiten hacernos una autocrítica de cómo vivimos nuestra vida como iglesia con relación a las comunidades indígenas y cómo nuestras prácticas no reflejan el camino de Jesús. Tejamos con una escucha prolongada y con algunas preguntas.

  • ¿Cómo transformar las estructuras tradicionales de educación teológica en su pedagogía y teología que intentan dominar y no dan espacio para las voces indígenas?
  • ¿Cuál es el papel de la iglesia en la reconciliación en cuanto a su relación con las comunidades indígenas?
  • ¿Cómo construir una comunidad de fe que reconozca las diversidades en el cuerpo de Cristo?
  • Y ¿Qué pasos concretos promueven una iglesia intercultural?

Estas y otras preguntas más nos planteamos para seguir en este camino de reconciliación. Debemos cambiar el enfoque con relación a las iglesias indígenas de: ¿qué puedo hacer y enseñar a los pueblos indígenas? con ¿qué puedo aprender de ellas?

Algunas breves propuestas:

Es ahora que la iglesia indígena plasme otro camino, uno que enfatiza la cultura, la lengua, la vivencia, la esencia y la profundidad espiritual de las y los hermanos indígenas.

Rompamos con la idea de que si nuestras vivencias de Dios y nuestros pensamientos no van respaldados por teorías teológicas (es decir, ajenas a nuestras realidades) no son válidas y valiosas.

La iglesia indígena en medio de todas estas realidades nos propone un camino de reconciliación entre las comunidades indígenas y no indígenas cuando vive la fe, no desde el fundamentalismo, sino desde la liberación que reconoce la identidad de los pueblos indígenas.

Las teologías del Abya Yala nos moldean una manera de reconstruir la enseñanza y el aprendizaje en comunidad sin destruir nuestras matrices indígenas, conduciéndonos a una sanación que, para nosotros, es reconciliación.

El desafío para Memoria Indígena es cómo constituirlas, incorporarlas y reafirmarlas como vitales y valiosos en medio de nuestros sistemas de educación cristiana, comprendiendo que la vivencia plena de Dios con rostro indígena es un auténtico e innegable aporte al evangelio.

Pero para hablar de reconciliación, hay que entender primero la concepción del mal desde las cosmovivencias indígenas.

En el mundo andino quechua, el mal es la ruptura de la armonía, sea a nivel comunitario o del cosmos, los cuales también estamos todos interconectados. Es fundamentalmente comunitaria. No tiene que ver tanto con el peso moral del hecho mismo, sino de desequilibrar las cosas, lo cual trae malas consecuencias a la comunidad. Por ejemplo, matar es malo porque rompe la armonía del mundo, no por el derecho del otro de tener vida solamente, sino por entender este quebrantamiento y fragmentación cósmico.

Esto puede ayudar a la iglesia a recuperar la idea de pecado social o estructural.

También para hablar de reconciliación, hay que entender la concepción de la vida en abundancia o el buen vivir.

El vivir no significa la ausencia total del mal, sino un balance entre todas las cosas se logra a través de la reciprocidad.

Los pueblos indígenas de Bolivia tienen una visión utópica. Anhelan ver la “loma santa” o la “tierra sin males” donde la armonía y abundancia existen en todas las relaciones. Deseamos una iglesia que refleje y busque esta sociedad sana. Sin embargo, nos inhibe construirla si se ignora nuestras memorias en la narrativa de la iglesia global.

Les invitamos a orar y caminar con los pueblos indígenas.

Oramos a Dios que nos permita reconocer como está actuando en el mundo y el mover de la Ruah en los pueblos indígenas. Él nos creó a su imagen y semejanza.

Oramos por una iglesia intercultural que reconozca la diversidad, pluralidad y derribe las barreras entre unos y otros, como nos propone la carta de Efesios donde esclavos, mujeres y gentiles son parte de la construcción del gran sueño del creador de la creadora de reconciliar todas las cosas en él. Donde la iglesia indígena es partícipe en esta construcción del gran sueño de Dios.

Y nos habla claramente la carta Corintios que la reconciliación es cósmica – todos los seres vivientes, incluyéndonos a nosotros los seres humanos, somos partícipes en esta propuesta salvífica y partícipes para reconocernos uno en él. Es decir, toda la comunidad de seres vivientes en la comunidad creadora. Entonces, reconocemos que no podemos ser iglesia sin la iglesia indígena. O, como diría el pueblo gunadule, la canoa cumple su propósito si están todas y todos. No podemos avanzar si alguien falta.

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